La crisis del COVID19 no sólo pone en riesgo muchas vidas humanas. También está poniendo en riesgo la solvencia de muchas Instituciones de Educación Superior (IES) y de sus estudiantes, probablemente dejando a muchos de los más vulnerables en el camino, y produciendo una distancia aún mayor entre quienes cuentan con sólido respaldo financiero, de los que no[1].
Esta pandemia demostró que para la humanidad era posible dejar los aviones en tierra, los autos estacionados y las fábricas detenidas, trabajar en red en la búsqueda de soluciones basadas en la ciencia, y fabricar por doquier modelos impresos según diseños creados en algunas de las universidades más prestigiosas e innovadoras: las IES poniendo toda su energía y capacidades al servicio de la humanidad.
Muchos países avanzan hacia una “nueva normalidad”, a sabiendas de que muchas formas de actuar deberán cambiar. Sin embargo, vale la pena revisar no sólo las antiguas prácticas higiénicas, sino también aquello que consideramos prioritario y urgente para salvar vidas: en el mundo, cada año mueren 7.000.000 personas producto de la contaminación del aire[2], y 5.000.000 de niños producto del hambre[3], y estas cantidades aumentan cada año en la medida en que aumenta la producción industrial y la contaminación atmosférica, las tierras se desertifican, los océanos se hacen más ácidos, y la agroindustria destruye la diversidad y la estructura biológica de los suelos y aguas a un ritmo creciente. Nuestra civilización está produciendo un peligroso experimento a escala global que será difícil de reparar, y está costando más vidas humanas que cualquier virus. Hay otra curva que debemos aplanar, no para evitar el colapso de los sistemas de salud, sino que la biocapacidad del planeta tierra y su capacidad de sostener la vida.
La crisis actual nos ha obligado a examinar con cuidado la posibilidad de virtualizar parte del proceso de aprendizaje. En un experimento forzado, docentes del todo el globo han debido adaptar sus cursos, formas de evaluar y colaborar de las aulas y oficinas, a sus hogares. Sin duda la dimensión presencial de las universidades seguirá teniendo un valor importantísimo, pero sería un error pretender volver a lo que existía antes, de hecho será imposible. Tomemos esto entonces como una oportunidad única para repensar nuestra infraestructura: simplifiquemos, transformemos, volquemos los espacios para un beneficio más amplio de toda la comunidad.
Asumámoslo, nuestras IES se han conformado con transmitir habilidades y conocimientos (muchos declaran ‘competencias’ pero honestamente no están tan convencidos de lograrlo) habilitantes para un puesto de trabajo en la industria, replicando sus formas de trabajo, sin cuestionarlo mucho. Si queremos salir adelante fortalecidos de esta crisis, necesitamos cambiar el foco hacia una formación para transformar la sociedad. En su seminal ensayo ‘¿Para qué sirve la educación?’[4], el profesor David Orr identifica que la confusión de datos con conocimiento, la pérdida de conocimientos vernaculares, la excesiva fragmentación de las disciplinas y el enfoque de que la función de la educación es aumentar el éxito económico y la movilidad social, han creado una situación de holocausto socio-ambiental que no es fruto de la ignorancia, sino de mentes muy bien formadas en las mejores IES del mundo.
La salida de la crisis actual requiere reevaluar no sólo los canales de entrega de la educación hacia la educación online, sino también sus fines y fundamentos. Formar ciudadanos responsables que actúan guiados por una ética interna que dejan de ser entes pasivos de una sala de clase, y pasar a ser solucionadores de problemas, al servicio de la comunidad.
Campus como Laboratorios Vivos
Tanto la arquitectura como la organización espacial de los campus transmiten mensajes formativos en nombre de la IES, sean intencionados o no: qué es importante y valioso y qué no, qué tanto se valora la experiencia y el bienestar del estudiante, cómo es el trato a los trabajadores de menor rango, etc. Aprovechemos toda esa infraestructura para formar con el ejemplo.
Por otra parte, los campus son grandes consumidores de materiales, energía, agua, y generadores de residuos líquidos y sólidos, cuyo manejo adecuado puede afectar positiva o negativamente a una gran cantidad de personas de una amplia zona geográfica. Existen interesantes oportunidades de investigación aplicada en cómo potenciar una economía local circular, resiliente y baja en carbono, a partir de las operaciones del campus. Para ello, es fundamental la colaboración de académicos y estudiantes con los profesionales a cargo de infraestructura y servicios generales. Es posible que nuestros campus sean libres de plásticos de un solo uso, que no envíen residuos a relleno sanitario, que todos los recursos forman parte de un circuito sin fin de uso y reutilización, y que sean carbono neutrales, pero ¿quiénes serán los primeros en crear y liderar ese camino?
La infraestructura es el elemento material más caro de adquirir y mantener en operación, para las IES. Sea que el financiamiento provenga de los aranceles pagados por las familias, o de los contribuyentes a través del Estado, no parece razonable mantener enormes edificios de oficinas con bajas tasas de ocupación, mientras los académicos se pasan el día en sus laboratorios o en las aulas. Que la tozudez, las parcelas de poder o la cultura del ‘siempre lo hemos hecho así’ no evite implementar espacios de oficinas y otros recintos compartidos tipo Cowork, como lo han hecho grandes corporaciones para promover la colaboración y hacer uso más eficiente de los edificios[5]. El siglo XXI no será el tiempo de las genialidades individuales: la calidad de la innovación dependerá de lo diversas[6] y lo bien interconectadas que sean las redes de colaboración[7].
Servicio a la comunidad
Las IES más exitosas tienen un vínculo estrecho con la industria. Sin embargo, las empresas pueden ser mucho más que empleadores o miembros de un comité de expertos para construir las competencias básicas de un programa de estudios. Si las IES son el lugar donde se reúnen académicos destacados en cada área, quienes investigan, reflexionan y conocen a fondo el ‘estado del arte’ global, entonces, desde ese espacio podrían también influir, coordinar y conducir el desarrollo de la industria.
Mediante un vínculo estrecho con los vecinos inmediatos, la IES también puede pasar a formar parte activa de su comunidad inmediata: sus bibliotecas, auditorios, centros deportivos y salones, estarían disponibles para que los centros deportivos, clubes musicales, iglesias, centros comunitarios y otras organizaciones locales se desarrollen naturalmente.
Por otra parte, ¿qué tal si la investigación y desarrollo no siguiese a las fuentes de financiamiento, sino más bien siguiese los problemas sin resolver? Es decir, a través de un estrecho y contacto con organizaciones de todo tipo, se dedica a resolver problemas, con lo cual no sólo puede aportar a mejorar el sistema productivo, sino también puede acceder a nuevas formas de financiamiento.
En cuanto a la docencia, debemos pasar de una buena vez a premiar las ideas originales y su ejecución eficaz, en vez de la transcripción de conocimientos adquiridos en un aula. Esto, que en el mundo desarrollado es la norma, aun nos mantiene atorados en una mentalidad de colonia, de receptores de conocimiento, en vez de formar creadores y fundadores.
Servicio a la vida
Un campus es regenerativo, cuando está al servicio de todas las formas de vida. Aún desconocemos mucho sobre la delicada y compleja trama que sostiene la vida en los pocos centímetros de capa vegetal de tierra donde crecen nuestros alimentos, o de los ecosistemas marinos, o tantas interacciones complejas de las cuales depende que existan las condiciones que hacen posible sostener la vida humana en el planeta. Pero, podemos apelar a un acervo de información y conocimientos con billones de años acumulados de experiencia de prueba y error, que han dado por resultado una trama de vida excepcionalmente diversa, resiliente e ingeniosa. En la misma naturaleza podemos encontrar la inspiración que buscamos para repensar nuestros espacios y formas de habitarlos, aplicando un concepto conocido como biomimética.
Por su parte, tanto las comunidades indígenas y la cultura rural tradicional, tienen conocimientos y saberes que van en franco camino al olvido, mientras sus hijos migran en masa a las grandes ciudades. Siguiendo ese camino, empobrecemos no sólo la economía local y la capacidad de producción de alimentos, sino también perdemos la posibilidad de ‘saber vivir bien’ en un territorio, quizás el verdadero objetivo de la educación. Ese lugar hoy funciona a distintas escalas, ya que no podemos obviar que funcionamos como una sociedad globalizada, pero eso no implica que debamos obviar el valor de lo local pues es a esta escala que podemos implicarnos directamente en la regeneración tanto del tejido social como ecológico.
Curriculum flexible e integrador
Llamamos curriculum flexible a uno que se adapta a la necesidad de cada estudiante, permitiendo ser estudiante de medio tiempo o menos; que permite tomar asignaturas de otras disciplinas; o uno que permite tomar asignaturas regulares con sillas vacantes, para personas externas interesadas en su educación continua. Si antes del COVID, nada de esto hubiese sido posible por la rigidez de nuestros sistemas de gestión, informáticos o culturales, ahora deberán serlo por la necesidad de sostener la vida de la institución. Esta crisis nos ha obligado a sincerar el evidente retraso que sufrían las IES respecto a los avances de las TICs, donde el conocimiento se ha democratizado, las oportunidades de colaborar a través de fronteras se potencian.
Necesitamos integrar disciplinas, porque formar profesionales y técnicos muy especializados, que no tienen visión de conjunto, sin capacidad para comprender los contextos globales de las problemáticas, y los impactos de sus decisiones fuera de su campo de acción, no lograremos construir un futuro deseable para todos, incluyendo nuestros hijos y nietos.
Construcción del campus regenerativo
“La lucha contra COVID-19 es la prioridad inmediata del mundo, pero el mundo no debería olvidar la emergencia ambiental más profunda que enfrenta el planeta, la crisis climática, que permanecerá con nosotros por mucho más tiempo y con impactos catastróficos mucho mayores. Nos acercamos a un punto de no retorno. Esta crisis es también un llamado de alerta, a hacer las cosas bien para el futuro”, afirmó Antonio Guterres, Secretario General de la ONU.[8]
Cambio climático, colapso de ecosistemas, pérdida de biodiversidad, niveles obscenos de inequidad dentro y entre las naciones, sistemas económicos disfuncionales que conducen a la explotación de las personas y el planeta… La necesidad de un cambio es inevitable y ya está sucediendo[9]. Entonces, ¿cómo se crea o se transforma un campus en uno que se hace cargo de todo esto, un campus regenerativo?
No existe una solución fácil y rápida, los métodos tradicionales de resolución de problemas no son útiles para tratar crisis multisistémicas, pero podemos proponer un camino de transformación basado en los trabajos más prometedores hasta el momento.
Propongo como primer paso, evaluar y documentar todos los flujos de recursos materiales, energía, agua y generación de residuos y emisiones directas e indirectas de emisiones de Gases de Efecto Invernadero. Esto no es sólo un trabajo técnico de levantamiento de datos, sino uno que requiere también repensar las cadenas de suministros, y reflexionar sobre cómo recuperar y aprender de la riqueza cultural y diversidad biológica de los ecosistemas circundantes, a partir de un proceso de participación de los grupos de interés que definirá los aspectos materiales (más relevantes). Un campus se transforma en un Laboratorio Vivo, cuando existe una comunidad que aprende y evoluciona en conjunto dentro de él y en su entorno, lo cual destaca la importancia de la gestión del conocimiento creado por cada experiencia, aun cuando no sea publicable en los canales científicos tradicionales.
Segundo, elaborar un Plan de Carbono Neutralidad a 10 años, que aborde en forma costo-efectiva, cómo reducir el consumo de energía, agua, papel, viajes y la producción de residuos. La recesión económica que viene afectará por igual a estudiantes e instituciones, y es el momento para cuestionar de verdad los paradigmas y repensar cómo se hacen las cosas: rediseñar los campus, terminar para siempre con el consumo de combustibles fósiles y de plásticos desechables, consumir sólo alimentos producidos en la zona geográfica, cambiar monocultivos forestales por bosques diversos capaces de producir mucho más que madera, en fin, adaptar el sistema productivo a la singular biorregión donde está inserto.
Tercero, implementar ese plan, en un trabajo de largo aliento que debiese estar alineado con el plan estratégico institucional y su plan maestro de infraestructura. Claramente, estos planes no son letra escrita sobre piedra, sino que deben ser reevaluados cada año en función de los avances y de los aprendizajes logrados, en un proceso de mejora y aprendizaje continuos.
Cuarto, pero no necesariamente en ese orden cronológico, registrar y comprender todas las especies animales y vegetales de la bio-región, y sus múltiples interacciones con los bosques (nativos), humedales, ríos, lagos, el océano y las precipitaciones. Comprender las interacciones con los usos humanos del agua y la tierra, las redes de provisión de alimentos y recursos inorgánicos, con la economía, sociedad y la política pública. Sin pretender entregar un recuento completo, mi punto es: veamos las interacciones entre los diversos elementos, no sólo de cada elemento por separado.
Debemos re-aprender a vivir en el territorio, no sólo sobrevivir. Es decir, reconectarnos con la naturaleza virgen, con las sabidurías tradicionales, y reconectarnos entre nosotros – en especial entre personas provenientes de una diversidad de enfoques y conocimientos. En fin, reconectar con esa misión institucional inspirada en el bien común; llevarla hacia un plan de acción de futuro con plazos, presupuesto, responsables y metas definidas.
[1] https://www.universityworldnews.com/post.php?story=20200417094523729
[2] https://www.who.int/health-topics/air-pollution#tab=tab_1
[3] http://www.fao.org/zhc/hunger-facts/en/
[4] https://www.eeob.iastate.edu/classes/EEOB-590A/marshcourse/V.5/V.5a%20What%20Is%20Education%20For.htm
[5] https://www.inc.com/jeff-pochepan/heres-what-happens-when-you-take-away-dedicated-desks-for-employees.html
[6] https://www.weforum.org/agenda/2019/07/different-kinds-of-thinking-make-teams-smarter/
[7] https://www.edge.org/conversation/thomas_w__malone-collective-intelligence
[8] https://www.bbc.com/news/science-environment-52370221
[9] https://medium.com/@designforsustainability/creating-a-new-normal-730e6cb35c61
Perfil del autor
- Fernando Pavez
- Arquitecto especialista en estrategias de sustentabilidad, con 12 años de experiencia en gestión de Instituciones de Educación Superior. Profesor universitario.